Escrito por Leandro Posadas
«Me gustaría regalar y repartir hasta que los sabios entre los hombres
vuelvan a regocijarse en su locura
y los pobres en su riqueza»[1].
Así hablaba Zaratustra, F. Nietzsche.
«La locura no es algo extraño a la vida, sino una posibilidad humana que está en cada uno de nosotros, con sus sombras y con sus resplandores emocionales»[2], afirmó el psiquiatra y fenomenólogo italiano Eugenio Borgna. Para él la locura es frágil, y sin embargo, nos hace conocer realidades profundas de la condición humana, que de otro modo permanecerían ocultas. Es frágil, por ejemplo, la adolescencia por sus conflictos con una sociedad que no siempre sabe acoger sus esperanzas; es frágil la vejez con sus debilidades y sus angustias, y con sus deseos de escucha y de acogida. La fragilidad de nuestra misma condición humana nos obliga a considerar la precariedad de nuestros deseos, de nuestras esperanzas, y de las ilusiones de nuestra propia vida[3].
A propósito de la locura como posibilidad que está en cada uno de nosotros, tal vez por el mismo hecho de ser seres conscientes de ser sentientes, y vulnerables a nuestra propia historia y a nuestra visión de la realidad, hace algunos meses he tenido la providencial coincidencia de encontrar un libro de filosofía para jóvenes del filósofo italiano Umberto Galimberti, titulado Perché? 100 storie di filosofi per ragazzi curiosi, el cual espero algún día sea traducido al español. Y entre estas cien historias para jóvenes curiosos se encuentra una sobre El elogio de la locura, del humanista y filósofo Erasmo de Rotterdam. Desde dicho breve escrito quisiera compartir algunas inoportunas divagaciones sobre la remota posibilidad erasmiana de una locura como aquella de la que también nos habla Nietzsche en Así hablaba Zaratustra: «que los sabios se gocen en su locura, y los pobres en su riqueza».
Galimberti en su libro le pregunta a los jóvenes: «¿Tienes presente esos pequeños momentos de locura en los cuales te metes a saltar sobre tu cama gritando en voz alta frases que no tienen sentido, o cuando giras por tu casa con los pantalones sobre tu cabeza y todos te miran sorprendidos? ¿En esos momentos te sientes libre, cierto?»[4].Y continua Galimberti «Sin embargo, te han dicho que la locura es una enfermedad, que los locos hacen y dicen cosas que van contra el uso de la razón. Como si «ser razonable» quisiera decir aceptar lo que se cree indiscutible, sólo porque lo ha establecido alguna autoridad».
A todos nos han dicho que la locura es una enfermedad, pero para el psiquiatra Jordan Smoller esta afirmación no es tan clara como nos la han hecho creer. En su libro The Other Side of Normal (traducido al español como La otra cara de lo normal) del año 2012, este reconocido genetista psiquiátrico comienza su libro haciéndonos pensar en un aspecto de nuestros ojos, que a pesar de estar siempre ante nosotros pasa desapercibido completamente a nuestra propia visión: «Pensemos por ejemplo en nuestra propia retina, la cual es como una especie de persiana permanente que recoge toda la información visual, pero que se ubica exactamente detrás de la parte posterior de nuestros ojos, y el cerebro la ha tenido que hacer invisible «creando para ello un punto ciego parecido a una lenteja que la «mente» se encarga de llenar»[5]. Al igual que no vemos esta «persiana» permanente, muchos de nosotros, como diría Heinrich Zimmer vivimos en una especie de estado mental involuntario común a todos: «ocurre simplemente que nos estamos moviendo en un mundo de meras convenciones y que nuestros sentimientos, pensamientos, y actividades, están determinados por ellas».
Smoller en el prólogo de The Other Side of Normal narra que dicho libro surgió de sus propias experiencias en la investigación psiquiátrica, estudiando la base genética y cerebral de trastornos como el bipolar, los de personalidad, la depresión, la ansiedad, la esquizofrenia y la dependencia de sustancias, y concluyó que cuanto más averiguaba sobre ellos, más se convencía de que la única forma de entender realmente cómo se desbaratan el cerebro y la mente era saber cómo fueron diseñados para que funcionaran.
Por consiguiente, sin una referencia básica de cómo funcionan la mente y el cerebro, nuestras definiciones de «anormal» y «normal» dependen mucho de qué conductas decidamos que son inusuales, extrañas, o problemáticas. Y en estas decisiones pueden influir fácilmente, -como lo han hecho a lo largo de la historia-, la resistencia humana a los cambios de paradigma, el inevitable inmovilismo de los centros de poder, las modas culturales, los prejuicios, la tradición histórica y las opiniones «autorizadas».
¿Pueden creer que no fue hasta 1970, -antes de la tercera edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-III)-, que los psiquiatras todavía no disponían de criterios fiables para realizar un diagnóstico? Al paciente que decía tener alucinaciones y mostraba un comportamiento extraño un psiquiatra le podía diagnosticar esquizofrenia, otro trastorno de personalidad límite, y un tercero una enfermedad maníaco-depresiva. En la década de los años setenta el campo de la psiquiátrica empezó a reconocer que los trastornos de los que se ocupaba, a veces se basaban en visiones arcaicas de la conducta humana[6].
Para Smoller lo que él considera como «normal» es un espectro de la variabilidad humana, pues es muy difícil, según él, trazar una línea precisa y divisoria entre lo normal y lo anormal, un empeño, afirma, en el que se han empleado más los sesgos culturales, como decíamos antes, que las pruebas científicas.
Muchos siglos antes que Jordan Smoller, el humanista y filósofo Erasmo de Rotterdam (1466-1536), consideraba la locura como una posibilidad, y no como una enfermedad, y estaba tan convencido de ello que escribió un «elogio sobre la locura».
Galimberti, comentando a Erasmo sostiene: «Para combatir los errores que la razón comete cuando cree que existe un único aspecto de la realidad, la Locura erasmiana hace uso de dos armas: la máscara y el espejo. El «loco» usa una máscara con la que paradójicamente desenmascara a la realidad, teniendo la valentía de decir aquello que «normalmente» no se dice. Con el espejo muestra también a todos los que se reflejan en él el reflejo de sus comportamientos y de sus convicciones, pero desde otro punto de vista. ¿Sabes qué es lo más bello de la locura para Erasmo? pregunta Galimberti, «que si algo en un mundo ordenado es objeto de condenación ¡En un mundo al revés podría ser objeto de aprobación!».
Galimberti, citando a Erasmo, le pregunta a los jóvenes: «¿Y si en cambio se pudiera ser sabio usando la máscara de los locos?». Para Erasmo la locura tiene el mérito de hacernos ver el mundo al revés, y no todo sistemáticamente ordenado como quisiera la razón. Y, aceptémoslo -concluye Galimberti-, cuando estamos un poco locos somos nosotros mismos, y no tenemos miedo de decir o hacer cualquier cosa, por muy extraña que sea».
Recordemos que para Erasmo de Rotterdam la filosofía es un conocerse a sí mismo, como la entendía Sócrates y los antiguos, y además es conocimiento sapiencial y práctico de la vida, por consiguiente, su peculiar concepción de la locura se enmarca en la idea de comprendernos a nosotros mismos, y a la realidad tal cual es. Y digo yo, ¡Qué divertida locura debe ser darse cuenta de la realidad tal cual es, y de lo muchas veces absurdo de nuestras preocupaciones y deseos!
La Locura que él plantea es como una «escoba mágica» que barre fuera todo aquello que se interpone a la comprensión de las verdades más profundas y severas de la vida. Desgarrando los velos y haciendo ver la comedia de la vida y los verdaderos rostros de aquellos que se esconden bajo las máscaras, y al mismo tiempo haciéndonos comprender el sentido de la escena, de las máscaras, y de los actores y buscando, de algún modo, aceptar todas las cosas tal cual son.
En contraposición con la Locura erasmiana, está la «locura humana» que es una especie de impulso vital, de dichosa inconsciencia, de ilusión, de ignorancia satisfecha de sí misma. Toda la vida humana y social, pareciera fundarse, según él, en mentiras, en ilusiones, en imposturas que ocultan la cruda realidad, y que se constituyen como el atractivo mayor de la vida misma. Ante esta locura humana Erasmo hace hablar a la Locura, la que es capaz de rasgar el velo de aquellas mentiras y enseña la realidad que ocultan. En su Elogio Erasmo afirma: «Quitar la ilusión significa estropear todo el drama, porque el engaño de la ficción escénica encanta al ojo del espectador. Pues ¿Qué cosa es la vida del hombre sino una comedia, en la cual cada uno va cubierto de una máscara particular y cada uno recita su parte? En el teatro todo es postizo, pues la comedia de la vida humana, pareciera que no puede desarrollarse de ningún otro modo».
Sin embargo, la Locura erasmiana desafía nuestra tendencia a acoger ciegamente las convenciones que nos hacen creer que hay una sola manera de ser ser humano. Por el hecho mismo de ser seres conscientes de ser sentientes, es nuestro desafío, nuestra sabia y metódica «locura», contemplar y ejercitarnos en esta capacidad sagrada de interpretarnos continuamente, más allá de la comedia aparente de nuestra vida, y de lo ilusorio de la seriedad de esta forma contractual, convencional, social, cultural, económica y psicológica, que nos aleja de ser realmente lo que somos en esencia.
Hoy tal vez los humanos estamos un poco más «satisfechos» con nuestra ignorancia que en la época de Erasmo. Creo que sin darnos cuenta estamos olvidando las «señales de tránsito» que hicieron de nuestra especie una sólida civilización, pero no por eso debemos condenarnos, sino más bien observarnos. Que nuestra locura sea, además, la de contemplarnos con sabiduría, con valentía, con ecuanimidad, pero también con amor, y con ternura, y que sabiamente nos regocijemos en esta locura, y en la riqueza de nuestras pobrezas.
Y para culminar, y hacer honor a estas inoportunas divagaciones, les comparto el consejo que Galimberti dejó a sus atentos y jóvenes lectores: «Ponte una máscara y da libre salida a tus «locuras». Es posible que en tu corazón esté la respuesta a tus interrogantes o problemas, y no tengas que esperar a que la sociedad te dé una convencional respuesta a cada una de tus serias e importantes inquietudes. ¿Logras ver la otra cara de las cosas?».
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[1] Nietzsche F., Así hablaba Zaratustra, Alianza, Madrid 2003, p. 34.
[2] Cfr. Borgna E., La follia che è anche in noi, Einaudi, Turín 2019, p. 82. (La traducción es mía).
[3] Ibid., p. 65.
[4] Galimberti U., Perché? 100 storie di filosofi per ragazzi curiosi, Feltrinelli, Milán 2019, p. 90. (La traducción es mía).
[5] Smoller J., La otra cara de lo normal. Claves biológicas para desvelar los secretos de la conducta normal y anormal, RBA Libros, Barcelona 2014, p. 5.
[6] Ibid., p. 42.