REFUGIO: «El nido de las golondrinas»

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REFUGIO

«El nido de las golondrinas»

Por Daniel Ríos

     Vuelven las nubes tristes a mi «Pueblo»[1], llorando como cataratas insaciables y soplando con afanoso frío nuestras casas. El cielo ruge y se estremece mi hogar, pues ya no es seguro. Desde la ventana observo mi alma que como un pájaro vuela fuera de mis ojos hacia las oscuras cuevas, y asustada, espera que la tormenta no la sople hacia el olvido. Mil «golondrinas»[2] salen gorjeando de las tempestuosas nubes buscando refugio, vienen hacia mí agitando sus pavoridas alas y han entrado a través de mis ojos a sus nidos. Mil pequeñas golondrinas esperan en mi interior que pase la tormenta.

     Se estremece mi cuerpo y cesa el gorjeo, abro mis ojos y la tormenta se ha llevado todo, sólo ha quedado mi alma arruinada dando tumbos, pues su refugio en el mundo ha quedado devastado. Se han salvado sólo las golondrinas, pues dentro de mí han encontrado el camino hacia sus nidos.

LECTURA: la tormenta representa una psikhé perturbada; una mente desordenada; un estado mismo de la mente que como fenómeno amenaza con destruir nuestra casa interior[3]. El alma asustada huye de sí misma y sale corriendo a refugiarse en el mundo porque en la mente sólo hay tormenta, confusión y tempestad. Las golondrinas, símbolo de la aceptación de la ley de la naturaleza, sabiamente cambiante, estacionaria y migratoria, ven el alma salir de su nido, y aprovechan la oportunidad para ellas entrar, pues saben que allí encontrarán el refugio necesario para permanecer mientras pasa la tormenta. Ellas se han salvado de tan furiosa borrasca, mientras el ser humano, alienado de sí mismo, sigue buscando refugio en el mundo: dinero, placer; emociones descontroladas y pensamientos interminables producidos por el afán de poseer; concepciones sobre sí mismo; opiniones sobre el mundo; casas, seguros, ‘amor’, etc.

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[1] Razón, lógica, preocupaciones, condicionamientos que nos limitan y nos mantienen estáticos.

[2] Para los ritos estacionales antiguos chinos las golondrinas representaban la metamorfosis de la vida misma. Son además símbolo de la renuncia, de la soledad, de la separación, y por su misma condición de ave migratoria es llamada ave del paraíso. «En la antigua China se hacía incluso corresponder la llegada de la partida de las golondrinas con la fecha exacta de los equinoccios, y el día del retorno de las golondrinas (equinoccio de primavera), era ocasión de los ritos de fecundidad»: Chevalier J., / Gheerbrant A., Diccionario de los Símbolos, Herder, Barcelona 1988, pp. 534-535.

[3] Los maestros de todas las tradiciones espirituales sabias y profundas consideran que un estado descontrolado de la mente es el mayor sufrimiento. No adiestrar la mente hacia la ecuanimidad con la realidad es vivir en un continuo flujo de consciencia lleno de desdicha e ilusión.

Nuestro cuerpo: «Refugio del dejar ir desde el silencio»

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Por Leandro Posadas

«Guárdame,

dentro de la palma de tus manos.

Afuera, camina el miedo».

Memoria por Beatriz G. Cardona.

     En una reciente entrevista el biogerontólogo británico Aubrey de Grey[1], afirmó que es posible no morir por causa del envejecimiento a través de la restauración de la estructura del cuerpo: «el cuerpo humano es una maquina, pero muy compleja; arreglarlo es un proceso complejo pero no imposible». Para él, como científico, el envejecimiento «es un problema degenerativo causado por varios tipos de daños moleculares y celulares que se acumulan: las mutaciones nucleares causantes del cáncer, las mutaciones mitocondriales, la acumulación de desechos intercelulares y extracelulares, la pérdida irreversible de células, el envejecimiento celular y la proliferación de interconexiones entre células de algunos tejidos». Para Aubrey de Grey, abordar tal proceso degenerativo desde el punto de vista de la ingeniería, y utilizando la biología marcará una gran diferencia en la forma en que la ciencia trata de acercarse al fenómeno de la vejez.

     El Dr. Aubrey de Grey, académico de Cambridge, investiga la posibilidad de la recuperación de los tejidos, por medio de estrategias de bioingeniería para reparar los daños causados por el envejecimiento, y es director de la Fundación para la Investigación de la Senescencia Negligible Ingenierizada (SENS), la cual, según la presentación en su web page, se especializa en la investigación de medicina regenerativa y en la aplicación de la misma en las enfermedades producidas por el declive temporal del cuerpo. Dicha fundación afirma: «We believe that a world free of age-related disease is possible… Our goal is to help build the industry that will cure the diseases of aging». («Nosotros creemos que un mundo libre de las enfermedades relacionadas con la edad es posible… Nuestra meta es ayudar a construir una industria que curará las enfermedades del envejecimiento»).

     Ante la pregunta del por qué la gente muchas veces en el aspecto psicológico-emocional está cansada de vivir, el Dr. Aubrey responde: «Una de las razones es que no invertimos lo suficiente en educación, no le damos a la gente las suficientes habilidades para sacar lo máximo de estar vivos…»

     Las tradiciones espirituales han dedicado siglos al estudio minucioso y delicado de crear «habilidades» para sacar lo máximo de la profundidad de ser seres humanos. Dichas tradiciones siempre han considerado que ser un cuerpo y desde un cuerpo es una enseñanza muy profunda. Ser plenamente conscientes, aquí y ahora, de que dependemos de tantas condiciones para estar vivos desde un cuerpo es tener la posibilidad de crear un espacio sabio, sereno, y atento en nosotros mismos. Tal vez desde dicho espacio no ganaremos más tiempo para respirar unos años más, pero sí crearemos condiciones de sabiduría y claridad para contemplar esta experiencia de ser y estar en el mundo desde un cuerpo y una mente humana. Tal espacio nos permitirá apreciar en su totalidad el cambio permanente de la experiencia, juventud, amor, tristeza, placer, dolor, enfermedad, alegría, muerte, sin temor ni represión.

     En una profunda y a la vez hermosa conferencia titulada «La Nostra vera casa»[2] el venerable Ajahn Chah se dirigía a una mujer moribunda para hablarle sobre su cuerpo. Trataba de acompañarla en su práctica espiritual desde verdades muy profundas acerca de la naturaleza misma de ser/tener un cuerpo. Otro maestro theravada, Ajahn Sumedho, discípulo de Ajahn Chah, en una conferencia que cité en la entrada anterior «È sempre possibile ricominciare»[3] relata un fragmento de su infancia cuando en los años 50 veía un film sobre una mujer que iba a morir en la silla eléctrica. El título del film era I want to live! y su protagonista era Susan Hayward. La actriz en una escena de dicho film grita con desesperación ¡No quiero morir! y dicho grito para él permaneció como una impresión indeleble en su mente. Diez años después en su estadía en Tailandia, Ajahn Sumedho, experimentó una experiencia terrible en su cuerpo que casi lo lleva a la muerte. En dicha situación recordaba el grito de Susan Hayward ¡No quiero morir! Pero ya en aquella época, como él narra, se había establecido en él una visión correcta del presente acerca de su cuerpo y de sus emociones. Era plenamente consciente que la tendencia de las emociones es aquella de impedirnos ver las cosas tal cual son, pues las mismas tienen el poder de ser muy convincentes y nos hacen sentir que son reales y muy importantes. Las emociones como objetos mentales (que surgen y desaparecen, pues su naturaleza es el cambio y la impermanencia), repite Ajahn Sumedho, son potentes como una película melodramática, desde que surgen en el cuerpo/mente se manifiestan con apariencia de ser avasalladoramente reales y verdaderas. «Fue difícil», comenta, pero él confió en el refugio que había cultivado en sí mismo y desde el que se conoce la naturaleza cambiante de las emociones que se manifiestan muchas veces en nosotros de modo patético, sollozante y confuso. Desde allí las encontró vacías y sin consistencia, incluso «si tenían toda la fuerza de la voz de Susan Hayward. Sólo una actriz, nada más».

     En nuestra vida humana, sujeta a ser emociones y desde las emociones, por el hecho mismo de poseer un cuerpo que percibe con cada centímetro de la existencia, adquirir un conocimiento sabio y atento sobre las emociones (atención plena; mindfulness; presencia consciente; metanoia; emancipación), es realmente muy importante, sostiene Ajahn Sumedho, pues desde tal forma de contemplación de la realidad dejaremos de ser tan vulnerables; «dejaremos de ser inconscientemente seducidos por nuestras emociones y las de los demás seres humanos que habitan con nosotros; dejaremos de ser pasivamente sacudidos por las bofetadas cotidianas, los mensajes urgentes, los frenesíes y la agresividad de cada cosa y situación». Para estos maestros, el mundo desde la mente de los que no observan sabiamente, se presenta como una masa de intimidaciones, ‘urgencias’, ‘situaciones muy importantes’, profecías terribles, destructivas, desconcertantes, toda una serie de mensajes del pasado y de cosas apocalípticas, las cuales como creaciones de nuestra propia mente, fácilmente, nos pueden aprisionar, a través de la ansiedad, del miedo, y de la inseguridad, haciéndonos sentir amenazados.

     Ajahn Chah, en su conferencia a aquella mujer moribunda, nos indica: «esta masa de carne que yace aquí consumiéndose es la realidad». Esta masa de nervios, huesos, carne, articulaciones, emociones, pensamientos, reacciones, es la realidad. Y el modo justo y sabio de relacionarnos con ella es contemplándola en su naturaleza cambiante. ¿Cómo relacionarnos con la vicisitudes y aventuras del cuerpo, entendidas como sensaciones, percepciones, emociones, pensamientos, reacciones? Observándolas con sabiduría desde la experiencia directa de la verdad, de las cosas tal cual son.

     Hemos vivido muchos años con este cuerpo y desde este cuerpo; hemos sido, y somos este cuerpo. Los maestros nos invitan a observar cómo desde el momento de nuestro nacimiento estamos sujetos a cambios continuos: mostramos en nosotros los signos del uso, como la ropa nueva que una vez compramos y que hoy ha cambiado de forma y color. Muchos de nuestros dientes han sido ‘reparados’, algunos de nuestros huesos no son tan fuertes como cuando éramos jóvenes. Nuestra piel no tiene la apariencia de aquellos años… ¡Esta es nuestra naturaleza! Contemplemos, desde el silencio, esta verdad con claridad, sin engancharnos a lo que una vez fue, y sin odiar lo que hoy es. Contemplemos, exploremos, inspeccionemos cada emoción, cada pensamiento, cada sensación con sabiduría, dejando que sean tal cual son: dejando que surjan, se manifiesten y cesen.

     Ajahn Chah le dice a la mujer moribunda «no hay nada malo en tu cuerpo doliente… El sufrimiento no deriva del cuerpo, sino de un modo erróneo de pensar sobre él». Si nos enganchamos a esto que llamamos «mi» cuerpo, «mis» emociones, «mis» pensamientos, «mis» concepciones, sufriremos. Contemplar nuestros enganchamientos desde el silencio es tomar refugio en el dejar ir.

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[1] Entrevista publicada en El País titulada «Hay que ver por qué la gente se cansa de vivir»: http://elpais.com/elpais/2016/10/13/ciencia/1476353983_661713.html.

[2] Del venerabile Ajahn Chah. Ass. Santacittarama, 2007. Tutti i diritti sono riservati. Dal libro «Il Dhamma vivo». Traduzione di Letizia Baglioni. Estratto del libro Il Dhamma vivo, su gentile concessione dell’Editore Ubaldini. Traducción del italiano de algunos pasajes al español por Leandro Posadas: http://santacittarama.altervista.org/vera_casa.htm.

[3] Del venerabile Ajahn Sumedho. Ass. Santacittarama, 20014. Tutti i diritti sono riservati. Traduzione di Carlo Duncan. Pubblicato per la prima volta in inglese Novembre 1995 nel Buddhism Now. Traducción del italiano de algunos pasajes al español por Leandro Posadas: http://santacittarama.altervista.org/sempre_ricominciare.htm.

 

Dietrich Bonhoeffer «Resistencia y sumisión»

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Por Leandro Posadas.

«…Grandes y sublimes,

destructoras y dominantes,

la dicha y la desdicha

invitadas y no invitadas,

irrumpen solemnemente

por entre los hombres estremecidos,

y a aquellos a los que visitan

los adornan y revisten

de gravedad y dedicación…»[1].

Dietrich Bonhoeffer, Dicha y desdicha.

     Dietrich Bonhoeffer, el pastor y teólogo luterano que fue encarcelado y asesinado en un campo de concentración nazi en 1945 en su obra Resistencia y sumisión. Cartas y apuntes desde el cautiverio[2], se pregunta, al inicio de su obra: «¿Ha habido alguna vez en la historia personas que tuviesen tan poco terreno bajo los pies como ahora, y para quienes todas las alternativas posibles del presente aparecieran igualmente insoportables, contrarias a la vida y carentes de sentido? […] ¿Quién se mantiene firme?»[3], Ciertamente, las preguntas de Bonhoeffer están enmarcadas en un contexto preciso, el de la II Guerra Mundial y la experiencia de los campos de exterminio, pero a veces nuestras vidas pueden volverse campos de exterminio, cámaras de gas, prisiones llenas de zozobra cargadas de emociones y pensamientos oprimentes ¿Quién se mantiene firme? Glosando a Bonhoeffer, en líneas sucesivas, afirma que existe una fuerza de la esperanza (en nosotros), para soportar los reveses; una fuerza que nunca entrega el futuro al enemigo; una fuerza que nos ayuda a mantener erguida la cabeza cuando los demás abandonan[4]. Y para culminar su Balance al cabo de diez años, Bonhoeffer exclama: «¡Ojalá que en este tiempo la amargura o la envidia no hayan devorado nuestro corazón, de tal manera que podamos ver con nuevos ojos la grandeza y la pequeñez, la felicidad y la desdicha, la fortaleza y la debilidad; de tal manera que nuestra mirada para lo grande, para lo humano, para el derecho y la compasión se haya hecho más clara, más libre, más limpia; más aún, para que el sufrimiento personal sea una valiosa clave, un principio fecundo para desvelar contemplativamente el mundo y verlo activamente como felicidad personal! […] Y podamos hacer justicia a la vida en todas sus dimensiones, y afirmemos de este modo la vida»[5].

     Matthieu Ricard, un autor y maestro muy querido, afirmó: «cualquiera que sea nuestra situación actual, siempre podemos evolucionar y cambiar». Y quisiera comentar esta afirmación desde una breve y cotidiana historia. Un buen amigo, lleno de nobleza y pasión por la vida y por ser mejor persona cada día, ha visto cómo su vida se torna incierta, muchas veces sin un dónde estar, sin un dónde asirse, sin un cómo seguir, pero siempre con un sentido natural del porqué seguir. Cuando Ricard afirma que «cualquiera que sea nuestra situación actual siempre podemos cambiar», estaba hablando desde un tipo de conocimiento del cual quiero hablar en este breve artículo: Un conocimiento no teórico, no conceptual, no psicologizante, no moralizante, sino un conocimiento que surge de ver con claridad lo que realmente somos: no aprendido por los libros, por las redes sociales, o por expertos de las ciencias humanas, sino nacido de la experiencia que surge desde la observación disciplinada, perseverante, decidida y ecuánime de una mente serena y sabia que contempla (examina-inspecciona-explora), la realidad de su mente y su cuerpo sin enganchamientos y sin rechazos.

     Las circunstancias exteriores no nos determinan, no nos condicionan, y al mismo tiempo nos indican que ser ser humano es ser muy vulnerable: cualquier situación negativa puede dañarnos, puede afectarnos. Poseer neocorteza y ser consciente de poseerla es ser vulnerables. Poseer un cuerpo, ser un cuerpo es ser vulnerables. Ajahn Sumedho, un maestro budista theravada, en una conferencia titulada: «È sempre possibile ricominciare» nos habla de un conocimiento desde el cual siempre es posible volver a comenzar cuando la vida se vuelve insalubre, y cuando creemos que las circunstancias no son las más favorables. Sumedho dice que tal conocimiento «lo debemos establecer desde el presente de nuestro cuerpo/mente, y con la percepción de las cosas, las personas, y las situaciones tal como son, sin permitir que las memorias del pasado o las ansias del futuro corrompan, disturben e influencien el momento presente». Es importante destacar que tal conocimiento no viene simplemente de discurrir, por medio de teorías, la manera más práctica para evitar sufrir lo menos posible, sino que viene de un lugar especifico, un lugar despejado y plenamente atento: del silencio que transforma nuestra visión de la realidad, que convierte (metanoia) en posibilidad de sabiduría nuestra percepción acerca de nosotros mismos, de las cosas, de las personas, y de las circunstancias exteriores. Este amigo, que mencioné al comienzo, en medio de la incertidumbre, trata de volver cada vez más al refugio del silencio y me comenta que experimenta alegremente ese conocimiento que nos mantiene serenos y claros ante todo lo que muda y cambia a nuestro alrededor.

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[1] Bonhoeffer D., Resistencia y sumisión. Cartas y apuntes desde el cautiverio. Sígueme, Salamanca 2008, p. 186.

[2] Bonhoeffer D., op. cit.

[3] Ibid., p. 14-16.

[4] Ibid., Cf., p. 28.

[5] Ibid., p. 30.

LA CONCIENCIA: «El grito del silencio»

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LA CONCIENCIA

«El grito del silencio»

Por Daniel Ríos

     Un árbol[1] frondoso contempla la vida y la esencia de la naturaleza, y todos los caminos del Ser desde la colina más alta. De hojas verdes brillantes, juega y estremece sus ramas junto a la suave brisa de las montañas, y al llegar el otoño pierde la vitalidad de sus hojas. Es él quien observa el pasar del tiempo con pacífica y deleitable apatheia[2]. Baila junto al sol, la luna y las estrellas, y eternamente saluda a la noche y se despide del día.

     Despreocupado de lo que floreció y de los tiempos venideros no teme el más caluroso verano, ni el más inclemente invierno[3]. Sin deseos de proyectar su sombra al mundo, y sin miedo de exponer sus ramas desnudas y mostrárselas a la intemperie, contempla cómo sus hojas secas se desprenden suavemente, y al ser removidas las deja caer para que vuelen libres junto al viento[4].

     El árbol desde un profundo silencio, indicándole el camino al Ser, entona canciones de armonía y sensatez, tratando que aquél desde la oscuridad, en su búsqueda incesante y ciega, aprenda a contemplarlo.

     ¡Oh Ser tan preocupado, estás lleno de hojas secas

 LECTURA:

     El árbol representa la psikhé o conciencia individual de cada ser, que desde su montaña (ecuanimidad), observa con su ojo ancestral todos los procesos naturales. Posee la capacidad de captar la sabiduría más antigua de la vida, siendo capaz a la vez de mantener el equilibrio. Percibe la base de la balanza entre los pensamientos y las emociones; la línea sutil entre la mente (neo-corteza), y el limbo (sistema límbico). El árbol/conciencia manifiesta el proceso natural de los fenómenos en el ser humano: el árbol contempla sabiamente el surgir de sus hojas nuevas, verdes y brillantes, y con igual ecuanimidad contempla sus hojas cuando al cumplir su ciclo vital se amustian y naturalmente mueren y caen. En el ser humano los pensamientos y emociones surgen para hacernos vivir, percibir y contemplar la realidad, y al cumplir su función, lentamente cesan y se desvanecen, sólo que el hombre no adiestrado (enganchado a su sistema reptil de reacciones), se hace adicto a ellos, se confunde y sufre.

El árbol es manifestación de nuestra naturaleza cambiante e impermanente: nuestra verdadera naturaleza.

[1] Árbol: símbolo del individuo y de la psikhé: conciencia (sabiduría); mente (neo-corteza); y limbo (emociones-sistema límbico). Conciencia: anclaje o base de la balanza que equilibra los pensamientos y las emociones.

[2] Apatheia: (a-pathos), sin confusiones mentales o emocionales. Estado de sabiduría interior, y el modo de ser y vivir de los Padres del Desierto Cristiano (ss. II al V d.C.).

[3] En la Biblia una imagen similar aparece reflejada en el Profeta Jeremías 17,8b: «No temerá cuando viene el calor, y estará su follaje frondoso; en año de sequía no se inquieta ni se retrae de dar fruto». Y en el Salmo 1,3: «Es como un árbol junto a corrientes de agua que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien».

[4] En el Evangelio de Juan 3,8, el viento hace referencia al Espíritu: «El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu».