«Hacia una espiritualidad que transforma»

caracola esfera

Aproximación desde la práctica del silencio al cuerpo humano como ‘anclaje’ de una espiritualidad contemplativa.

fenomenologia@yahoo.com

PROGRAMA

PRIMERA PARTE

«Lo que la ciencia no sabe».

Más allá de nuestros «automatismos egoicos»

-Momento de Praktiké de 20 minutos-.

¿El por qué de una espiritualidad contemplativa transformante?

El silencio como respuesta neurocientífica al fenómeno humano.

-Momento de Praktiké de 20 minutos-.

SEGUNDA PARTE

 ¿Cuál es nuestra verdadera casa?

Consciencia plena.

Comprensión clara.

-Momento de Praktiké de 20 minutos-.

El cuerpo como refugio del «dejar ir desde el silencio».

Las emociones y la verdadera naturaleza de la realidad.

-Momento de Praktiké de 20 minutos-.

 TERCERA PARTE

 «Sentarse sin esperar nada a cambio».

El progreso en la ‘ecuanimidad interior’ y la ‘consciencia plena’

La actitud justa de la consciencia.

Praktiké y vida cotidiana

-Momento de Praktiké de 20 minutos-.

Merleau-Ponty: «Divagaciones sobre el sexo y el amor»

The Offer of Love, Albrecht Dürer.

Escrito por Leandro Posadas

Imagen: The offer of love, Albrecht Dürer.

¿Se puede hablar de ciertas cosas? Nadie habla. No se habla jamás de lo que realmente cuenta, por pudor y por sospecha ¿Y -las religiones-, no han exasperado, quizás, la situación, turbando la paz de las relaciones, agravando ulteriormente nuestra suerte?

Elmar Salmann.

     Las grandes obras literarias, teatrales, poéticas, de todos los tiempos, Romeo y Julieta, el Faust, Doña Bárbara, Crimen y Castigo, La Ilíada, la Odisea, las Tragedias Griegas, Otelo, etc., nos hablan del sufrimiento y de las ignominias sufridas y perpetradas en nombre del amor. Al parecer es una realidad llena de ternura, sí, pero es también salvaje y tormentosa; oscilante entre atracción y fuga; proximidad pegostosa y repulsión; capricho y ethos; frialdad, recato e impudicia; tálamo nupcial y a la vez cámara de tortura. Nos preguntamos ¿Por qué el amor, la sexualidad, las pasiones sensuales, tan deseables, nos hacen experimentar tanta fogosidad y goce, y a la vez nos hacen infelices, desilusionados, amargados? ¿Dónde esta contigüidad entre sexo y muerte, dedición y crueldad, promesa y desilusión se forma?

     Ante tales interrogantes quisiera responder a través de la obra de Maurice Merleau-Ponty, La fenomenología de la Percepción en el capítulo titulado «El cuerpo como ser sexuado», a mi diletante y embrionaria posible lectura fenomenológica de la sexualidad. En dicha obra Ponty trata de evidenciar la función primordial a través de la cual existimos para nosotros mismos; la forma en que asumimos el espacio, y aprehendemos los objetos. Trata además de describir el cuerpo humano como el lugar de esta apropiación: si queremos poner en evidencia, dice M. Ponty, la génesis del ser para nosotros debemos considerar «el sector de nuestra experiencia que manifiestamente tiene sentido sólo para nosotros mismos», es decir nuestro ambiente corporal-afectivo interno.

     Ponty dice que la afectividad se ha concebido como una especie de mosaico de estados afectivos, placeres y dolores cerrados en sí mismos, que huyen a la comprensión del sujeto, y sólo pueden ser explicados desde nuestra organización corpórea. El cuerpo no debe ser percibido como un objeto cualquiera, sino que está sujeto por un esquema sexual, estrictamente individual, que evidencia las zonas erógenas (partes del cuerpo sensibles a estimulación) y delinea una fisonomía sexual que se complementa por los gestos del cuerpo, los cuales están integrados en dicha totalidad afectiva.

     La percepción erótica que se da a través del cuerpo y se lanza hacia otro cuerpo, se efectúa en el mundo y no en una consciencia. Descubrimos la vida sexual como una intencionalidad original y al mismo tiempo como parte de la raíz vital de la percepción. La sexualidad no es un ciclo autónomo separado de la moral, de la ética, de la cultura, como la ha pretendido presentar la moral judeo-cristiana. Por el contrario, está internamente ligada a todo el ser consciente y agente. Para Freud, al respecto, lo sexual no es lo genital, la vida sexual no es un simple efecto de los procesos derivados de los órganos genitales. La libido no es un instinto, es decir una actividad naturalmente orientada hacia fines determinados, sino la capacidad general propia del sujeto psicofísico de adherirse a ambientes diversos, de establecerse a través de diferentes experiencias, de adquirir estructuras de conducta. Lo sexual hace que un hombre tenga una historia. Si la historia sexual de un ser humano facilita la clave de su vida, es porque en la sexualidad del hombre se proyecta su modo de ser en sus relaciones con el mundo, es decir en su relación con el tiempo y con los demás seres humanos. Aquí no se trata de saber si la vida reposa o no sobre la sexualidad, sino de saber qué entendemos por sexualidad. Pero el psicoanálisis, según Merleau-Ponty, muchas veces hincha la noción de sexualidad hasta integrar en ella toda la existencia. ¿Cuándo se generaliza la noción de sexualidad y se hace de ella una manera de ser en el mundo físico e interhumano, se quiere decir que en definitiva toda la existencia tiene un significado sexual, o bien que cada fenómeno sexual tiene un significado existencial? En la primera hipótesis la existencia sería una abstracción, otro nombre para designar a la sexualidad. Pero, como la vida sexual no puede ser circunscrita y no es simplemente una función separada y definible en base a la causalidad propia de un aparato orgánico, no tiene sentido decir que a través de la vida sexual se comprende la entera existencia: o bien dicha proposición se hace una tautología.

     Ponty se pregunta ¿Cómo es posible hablar de un desarrollo o progreso de la sexualidad? Responde que en realidad no podemos hacerlo. La sexualidad se esconde a sí misma debajo de una máscara de generalidades, tiende incesantemente a huir de la tensión y del drama que ella misma instituye. La sexualidad está constantemente presente como una atmosfera ambigua. En otras palabras, el equívoco (ambigüedad) es esencial a la existencia humana, y todo lo que vivimos o pensamos tiene siempre más de un sentido. Hay osmosis entre la sexualidad y la existencia, es decir que la existencia se difunde en la sexualidad y recíprocamente, la sexualidad se difunde en la existencia, por lo tanto es imposible establecer cuánta parte tenemos en una decisión o en una acción, imposible caracterizar una decisión como sexual o no sexual. En la existencia humana hay un principio de indeterminación, y este hecho no deriva de una imperfección de nuestro conocimiento, simplemente la existencia es indeterminada en sí misma a causa de su estructura fundamental, en cuanto es la operación misma por la cual aquello que no tenía sentido asume un sentido, o como diría Jean Paul Sartre «fuimos arrojados a la existencia y debemos interpretarnos continuamente para darnos un sentido». La existencia no supera nada de modo definitivo, ya que si así fuese desaparecería la tensión que la define.

     La tradición y cultura judeo-cristiana, de la cual formamos parte en el bien y en el mal, y heredera de la filosofía griega, nos ha adiestrado, consciente e inconscientemente, a pensar al ser humano abstractamente, pues nos ha enseñado a disociarnos de nuestro órgano sexual como si fuera un fragmento de materia que debe ser disimulado. Pero un ser humano pensado sin órgano sexual es inconcebible, al igual que un hombre sin pensamiento. En el hombre todo es contingencia, en el sentido que este «modo humano de existir» no está garantizado a cada niño y niña desde una esencia cualquiera recibida durante el nacimiento, sino que debe continuamente rehacerse en él, a través de los caprichos del cuerpo objetivo. Todo lo que nosotros somos, lo somos sobre la base de una situación de hecho que hacemos nuestra, y que transformamos incesantemente con una especie de escape que no es jamás una libertad incondicionada. Ninguna explicación sobre la sexualidad puede reducirla a cualquier cosa diversa de lo que ella es en sí misma. La sexualidad, diríamos con Ponty, es dramática porque nosotros empleamos en ella toda nuestra vida personal. ¿Por qué lo hacemos? Nuestro cuerpo es para nosotros el espejo de nuestro ser sólo en cuanto es un yo natural, un dato corriente de existencia, de modo que no sabemos nunca si las fuerzas que nos sostienen son las suyas o las nuestras, o mejor dicho, esas no son jamás del todo suyas o nuestras. En el juego de la sexualidad ninguno está a salvo y ninguno está perdido completamente.

     Salir vencidos y nunca victoriosos es una lectura dramática de la dimensión sexual del ser humano. Y sin embargo a lo largo de la historia el humano mismo ha tratado de releer dicha dimensión en cientos de formas tratando de interpretarla. En la Grecia clásica el mito de la belleza era representado por el grupo indivisible de las tres Gracias: Eufrosine: alegría; Talía: abundancia, y Aglaia: entre las otras dos ella es la más joven y encarna la belleza resplandeciente, pero no separada de la forma sensible: es decir es la divinidad que fundía simbióticamente belleza terrena (el deseo), y la belleza como divinidad. En el Simposio de Platón la visión de la belleza terrena y la atracción sexual son el origen del deseo, que eleva el alma de este mundo sensible al mundo suprasensible inmortal y eterno. La belleza es el objetivo del camino filosófico que lleva a una aporética relación con el Bien. Platón presenta en el Simposio a Sócrates como aquél que ama: el erotikós. Eros es el deseo por la Belleza. Sócrates es el filósofo por excelencia. Y Diótima dice que en la Belleza se concibe y se da a luz. Para alcanzar el bello en sí mismo eros es el colaborador: se va del bello en minúscula al Bello en mayúscula.

     El cuerpo, como hemos visto es el lugar de la apropiación del hombre, es el receptáculo de la existencia de lo humano. Las manifestaciones de la sexualidad en las diferentes culturas y épocas nos muestran que la realidad de la sexualidad ha sido percibida de forma variadísima y amplia por los seres humanos. Merleau-Ponty al hablar de la ambigüedad de la sexualidad nos recalca que es justamente en dicha ambigüedad donde se encuentra la esencia vital del hombre, por consiguiente, no puede ser siempre aprehendida desde el mismo punto de vista.

Evagrio Póntico: Sobre la «lujuria»

     Las tentaciones de san Antonio - El Bosco

Escrito por Leandro Posadas

Las tentaciones de san Antonio, El Bosco.

     Según la Tradición de los Padres y Madres del Desierto de los primeros siglos del Cristianismo, la lujuria es el segundo «logismoi» (pensamiento, emoción, pasión) con el cual debemos trabajar en nuestro camino de liberación del sufrimiento y de libertad espiritual.

     ¿Cómo acercarnos a esta dimensión del ser humano sin caer en ambigüedades, parcialismos, dogmatismos religiosos, rigorismos espirituales, o por el contrario en degradación, cinismo y torpeza? Comenzaremos presentando algunas divagaciones sobre la etimología de algunas palabras relacionadas con el uso, abuso o desuso de la sexualidad.

     Primeramente, la palabra que usa Evagrio Póntico (345-399), en el «Tratado Práctico» y en el «Antirrhetikós» para referirse a los excesos en la sexualidad es «porneia» que viene de «porné» y que traduce «prostituta». Las traducciones al español de las obras de Evagrio han traducido «porneia» por «fornicación», pero no deberíamos traducir «porneia» por «fornicación», (del verbo «fornicari» y éste de «fornix» arco, umbral), pues «fornicación» hace alusión a las prostitutas que vendían sus cuerpos bajo los umbrales de los pórticos, y también se refiere -desde una acepción legalista y normativa cristiana- a las relaciones sexuales fuera del matrimonio.

     En ingles las obras de Evagrio interpretan «porneia» usando la traducción «inmoralidad sexual», y colocan entre paréntesis la palabra griega «porneia». Nosotros traduciremos «porneia» como «lujuria», recordando sin embargo, que la etimología de la palabra «lujuria» no hace énfasis exclusivo en la sexualidad en cuanto tal, sino en los excesos en general, significando «extravagancia». En latín «luxuria» nunca se refirió a excesos sexuales, sino al derroche y a la ostentación desmedida. Los romanos usaban la palabra «lascivia» para referirse a los excesos sexuales y demás excesos en general.

     El monje benedictino Notker Wolf en su breve libro «Make Time for Yourself. It’s Your Time», nos dice que el mal básico de nuestro tiempo es la «distracción», y afirma que nuestra cultura es una cultura de la distracción. Concentrarse y prestar atención es algo que se está haciendo cada vez más difícil, debido al exceso de información que nos disturba. Podríamos afirmar que uno de los excesos de nuestra época es el exceso de distracción. El sexo como tema cotidiano en nuestras redes y medios de comunicación fomenta y promueve dicho exceso de distracción.

     Para Evagrio Póntico el «logismoi» de la lujuria («porneia»), induce al practicante espiritual a excederse en sensaciones corporales y a distraerse de su camino espiritual. Dicho «logismoi» persuade, instiga, incita a los buscadores y buscadoras del «espíritu» a pensar que dicho camino es inútil y sin importancia. He aquí el quicio del «abuso de la sexualidad», al cual deberíamos de dejar de ver de modo reduccionista, como acto ‘inmoral’, ‘obsceno’, o ‘impuro’, y acercarnos a el como un «obstáculo» que nubla y ciega nuestros deseos más profundos acerca del sentido de la vida, de las relaciones afectivas humanas y de ser seres humanos en un cuerpo limitado y transitorio.

     Evagrio escribió el «Tratado Práctico» con la finalidad de enseñar el modo y la vía de «prácticar» un camino de liberación del sufrimiento, un camino de conocimiento real y ecuánime de la vida, y un modo eficaz de acercarse a la propia profundidad y llegar a la paz verdadera en nuestras mentes, siendo ecuánimes con nuestros pensamientos y emociones.

     Somos seres capacitados para desear, y a la vez podemos ser cegados por el mismo deseo. La sexualidad como uno de los ocho «logismoi» es la posibilidad de experimentar amor e intimidad entre los seres humanos, pero también podría convertirse en una sagaz y sutil treta de nuestra propia mente para desorientarnos, confundirnos e ilusionarnos en la relación con nosotros mismos y con los demás.

     La Tradición del Desierto relata que inicialmente la lucha personal para obtener ecuanimidad en cuanto a la sexualidad es bastante difícil, que debemos en un principio «practicar» con determinación para lograr así períodos de calma en los que podamos ver la realidad de nuestro ser con más ecuanimidad y objetividad, y de ese modo comprender la razón de nuestro uso, abuso o desuso de la sexualidad.

     Como seres humanos en camino, seamos célibes o laicos, podemos experimentar períodos de renuncia con el fin de ver con perspectivas más amplias nuestro «ser-y-estar-en-el-mundo» en cuanto tal. En las religiones orientales los practicantes espirituales, monjes, monjas, laicos o laicas, tratan de vivir y experimentar etapas de renunciación sexual con el fin de no malgastarse en la búsqueda sexual ilimitada, y conservar e incrementar sus facultades mentales y físicas para crecer espiritualmente.