Escrito por Leandro Posadas.
En esta entrada presentaré algunos paralelismos entre el Capítulo VI del Bhagavad-Gita que trata sobre el Dhyana o la práctica del silencio en el Hinduísmo, el cual describe el camino del yogui hacia la liberación (Kȃivalya), con algunos pasajes espirituales de las obras más importantes de Teresa de Ávila relacionados con su práctica espiritual u «oración mental o de quietud».
Para el Bhagavad-Gita la mente puede ser la mejor amiga del ser humano, si es disciplinada, o puede ser su peor enemiga si el hombre fracasa en su camino hacia la liberación (VI, 5). Teresa de Ávila después de leer el Abecedario espiritual de Francisco de Osuna se percató de que el inicio del camino espiritual va intrínsecamente unido a una seria práctica de introspección que logre sosegar los pensamientos y emociones. Los grandes místicos y místicas del Cristianismo han debido educar su mente a fin de llegar a sosegarla y a ponerla al servicio de su camino espiritual.
En el VI capítulo, versículos 13-14, el Bhagavad-Gita recomienda al yogui tener erguido el cuerpo, controlar la mente, y ponerse en presencia de la divinidad. Para Teresa de Jesús, la «oración mental» no es otra cosa que tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama (Vida 8,5); estando a solas, concentrando la mente y recogiendo los sentidos internos y externos.
Después de largos años de una vida piadosa, justa y noble, y un arduo trabajo ascético sobre los pensamientos y emociones, Teresa de Jesús, a través de la «oración mental», comenzó a vislumbrar la claridad a la que puede llegar el ser humano si la vida va acompañada de una práctica de oración y de un trabajo continuo sobre la mente, es decir de una incesante observación ecuánime de los cientos de pensamientos que nublan nuestro ser más profundo, los cuales no nos dejan ver la realidad tal cual es.
Para Teresa, el alma del justo, «el centro del alma», es como un castillo interior, brillante y transparente como un cristal, en el cual hay muchos «aposentos» o «moradas». Un paraíso llama Teresa el alma donde el mismísimo Dios se deleita (Cf. Moradas 1,1,3). Tal es la profundidad que alcanzó la Santa de Ávila en su camino interior que un texto sacro hinduista tan antiguo como el Bhagavad-Gita (200 a.C.) en el capítulo VI, 29, coincide con la metáfora de las moradas de Teresa: En todo ser se encuentra el Alma Suprema, y todas las almas están dentro de ella. Esto ve el yoghi de mente iluminada, y siempre todo lo percibe bajo esta mirada.
Tanto Teresa como el Bhagavad-Gita concuerdan en que una mente indisciplinada no podrá progresar en el camino hacia la «unión». Para Teresa la mente es la “loca de la casa”, dada la continua inquietud de su mente, que la cansaba y desconcertaba durante sus horas de «oración mental». Por su parte el Bhagavad-Gita compara la dispersión de la mente con uno de los cuatro elementos: Inquieta es la mente ¡Oh Krsna! Agitada, fuerte y obstinada. Cuesta controlarla yo diría, como al viento ¡es tarea ardua! (Bhagavad-Gita 6,34).
Para Teresa de Jesús la «oración mental» u «oración de quietud» no es tarea fácil, pues por medio de ella se aspira a un bien excelso. Por consiguiente, ella recomienda al respecto tener una firme determinación al dedicarle el tiempo necesario a dicha práctica y no desfallecer ante las dificultades que se presentan en las primeras etapas de la práctica de la oración (Cf. Camino de Perfección 23,2). El Bhagavad-Gita VI, 24, igualmente, exhorta a “practicar el silencio con determinación y fe inquebrantables; abandonar todos los deseos materiales nacidos del ego falso, y de esa forma controlar los sentidos en todo momento”.
Ambas tradiciones espirituales, de Oriente y Occidente, representadas por el Bhagavad-Gita y por Teresa de Ávila, ponen especial énfasis en la introspección, pues es dentro del mismo ser humano donde se halla su máxima grandeza y posibilidad de trascendencia. Teresa en su libro Camino de Perfección considera, junto a Agustín de Hipona, otro gran maestro espiritual cristiano, que la propia divinidad está dentro de cada uno de nosotros, y para encontrarla basta ponerse en soledad y mirarla (la divinidad) dentro de sí y no extrañarse de tan gran Huésped (Cf. Camino 28,2). El Bhagavad-Gita, paralelamente, alienta al yogui a “permanecer siempre en el yo, de modo que pueda liberarse de todas las contaminaciones materiales con el fin de alcanzar la etapa máxima y perfecta felicidad en contacto con la Consciencia Suprema” (Bhagavad-Gita VI,28).
Teresa de Jesús en Camino de Perfección describe largamente los bienes que, poco a poco, se van obteniendo, indirectamente, de la práctica de la «oración de quietud»: con este modo de orar se recoge el entendimiento, llámese recogimiento, porque recoge el alma las potencias y se entra dentro de sí con Dios… Los que de esta manera se pudieren encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma…, y acostumbrar a no mirar ni estar adonde se distraigan estos sentidos exteriores, crean que lleva excelente camino y que no dejarán de llegar a beber el agua de la fuente, porque camina mucho en poco tiempo (28,4-5). Estos… por aquel rato hacen lo que pueden por librarse de la tierra recogiendo los sentidos a sí mismos. Si es verdadero el recogimiento parece se levanta el alma con el juego que ya ve lo que es las cosas del mundo. Alzase al mejor tiempo, y como quien se entra en un castillo fuerte para no temer los contrarios; un retirarse los sentidos de estas cosas exteriores y darle de tal manera de mano, que sin entenderse, se le cierran los ojos para no verlas, porque más se despierte la vista a los del alma… (28,6).
Del mismo modo, el Bhagavad-Gita 6,18-28, expone los provechos que el meditador alcanza cuando ha logrado disciplinar sus actividades mentales (las que Teresa denomina imaginación) y se sitúa en la trascendencia, desprovisto de todos los deseos materiales: Así como la llama de una vela no vacila en un lugar sin viento, así el meditador cuya mente está controlada, permanece fijo en su meditación en el Yo trascendental. Para el Canto del Señor la etapa de perfección se denomina samadhi, la cual se caracteriza por la habilidad de ver el yo con mente pura… En este estado gozoso, uno se sitúa en la felicidad trascendental ilimitada y disfruta de sí mismo a través de los sentidos trascendentales… Estando situado en tal posición, uno nunca se desconcierta, ni siquiera en medio de la mayor dificultad.