Satisfacción sexual y búsqueda espiritual

Reflexiones y contextualizaciones desde una entrevista concedida por Sangharakshita

     Debemos reconocer con objetividad que las religiones siempre han visto con cierta reticencia la sexualidad humana. Hoy en día muchos seres humanos no toman en cuenta lo que las religiones puedan decir sobre el tema por considerar sus opiniones como obsoletas y fuera de época. Sin embargo, para aquellas personas que están en búsqueda de una seria vida interior, el tema de la sexualidad es un tema, como tantos otros, que vale la pena observar desde el mismo interés interior. Los siguientes párrafos no pretenden en absoluto ser doctrinas a seguir ciegamente sobre este tema tan individual y delicado, son simplemente una opinión desde una tradición espiritual antigua.

     La sociedad contemporánea, indica este autor budista, ve el sexo como uno de los caminos vitales para llegar a la plenitud y satisfacción emocional. El Budismo, por su lado, considera que las dificultades humanas se producen al buscar la absoluta felicidad en algo incapaz de proporcionarla. Andamos continuamente buscando la permanencia en situaciones, personas, circunstancias, que son incapaces de proporcionarnos permanencia. Para Sangharakshita, siguiendo la tradición budista, no hay cosa finita que pueda proporcionarnos la infinita e ilimitada satisfacción y plenitud emocional. El sexo puede proporcionarnos una cierta dosis de satisfacción, pero no al nivel de nuestras expectativas y esperanzas.

    Además, debemos recordar, apunta Sangharakshita, que la satisfacción sexual siempre implica a otra persona. Cuando se establece una relación personal, emocional o física con otra persona en el contexto de una relación sexual, habitualmente se producen todo tipo de proyecciones psicológicas que, a veces, desembocan en situaciones muy complicadas e incluso negativas.

     Uno de los tópicos sobre el sexo, lo presenta como un momento de íntima unión con la pareja, en la que se da una especie de “disolución del ego y de fusión entre ambos”. Para Sangharakshita, en la mayoría de los casos, la gente que experimenta este tipo de unión, durante el orgasmo, unos momentos después pueden estar discutiendo e insultándose. Si se lograse una verdadera unión en un sentido espiritual, las actitudes hacia la otra persona podrían transformarse totalmente; las personas se volverían afectuosas, positivas, cuidadosas, etc. A través de los años, afirma nuestro autor, él ha llegado a la conclusión de que una de las razones por las que las relaciones sexuales a menudo son tan complicadas, y a veces hasta desastrosas, es porque la gente las magnifica demasiado. Se tiende a construir toda una vida sobre ellas, sin dar espacio a otras relaciones interpersonales serias y enriquecedoras.

Dhamma y deseo sexual

Reflexiones y contextualizaciones desde una entrevista concedida por Sangharakshita

     Los siguientes párrafos no pretenden ser un sermón moral o ideológico sobre un tema tan delicado y tan individual como es la sexualidad de cada ser humano. Simplemente, desean ser una opinión, un punto de vista más desde una tradición espiritual antigua.

     Siddharta Gautama dijo una vez: «Si existiese otra pasión humana tan poderosa como el deseo sexual, no habría esperanzas de emancipación para los seres humanos». Sangharakshita, un maestro budista inglés, interpretando la frase anterior del Buda, señala que la mayoría de las personas no son conscientes de cuán poderosa es la fuerza sexual, sólo se experimenta su poder cuando nos oponemos a ella. Lo natural y habitual en la actualidad es dar rienda suelta a nuestras conductas sexuales, y por consiguiente no llegamos a experimentar conscientemente su fuerza tal cual es.

     Sangharakshita, considera el impulso sexual, como «la herramienta más perspicaz de la naturaleza», pues es la que permite la conservación de la especie. Sin el impulso sexual, añade, habría que ser demasiado altruista para querer traer niños al mundo, alimentarlos y educarlos.

     El sexo, como lo vive y lo piensa la sociedad actual, puede tener un efecto muy destructivo, pues puede ser fuente de intensas ataduras y sentimientos de posesividad, celos, odio y desesperación. Puede llegar a abrumar a las personas, indica Sangharakshita, hasta el punto que les resulta imposible seguir una vida espiritual, o pensar siquiera en términos del desarrollo superior del ser humano.

     Sangharakshita considera, desde la perspectiva del Camino del Dhamma, que el deseo sexual, cuando no es observado con ecuanimidad, es una forma de avidez (uno de los cinco obstáculos profundamente arraigados de la mente). La avidez es un estado mental torpe, y los estados mentales torpes no nos permiten avanzar hacia la emancipación. El Camino del Dhamma contempla el deseo sexual, al igual que otros deseos, como algo que nos ata a la rueda de la vida. Si realmente queremos seguir el sendero espiritual y alcanzar el Nirvana o la “santidad”, es necesario ser conscientes de nuestro deseo sexual, con el fin de superar las ataduras que encuentran expresión, no siempre sana, a través de la práctica sexual.

El sexo y la vida espiritual

Reflexiones y contextualizaciones desde una entrevista concedida por Sangharakshita.

     Desde una entrevista con Sangharakshita, el fundador de la Orden Budista Occidental, deseamos tratar un tema del que muy pocas veces se habla. Cuando comenzamos alguna práctica espiritual una de las interrogantes que podríamos hacermos es si nuestra vida sexual puede ir unida a nuestro camino interior. La mayoría de las veces por condicionamientos culturales, sociales, religiosos, nos quedamos con una concepción moralizante de nuestra sexualidad. Si deseamos ser libres espiritualmente, debemos confrontarnos con cada una de las dimensiones de nuestra vida. Para todos aquellos que hemos decidido adentrarnos en la aventura del espíritu, la sexualidad es un tema que necesita ser depurado y tratado con maleable equilibrio, con sensato humor, y con la debida prudencia, pues es uno de los tópicos más corrompidos de Occidente, y al que le hemos dado una exagerada importancia.

     A finales de los años sesenta, después de 20 años viviendo como un monje budista célibe en la India, Sangharakshita regresó a Londres, su ciudad natal, para descubrirla en plena época del «amor libre». Decidió quedarse a enseñar el Camino del Buda y fundó una nueva orden budista, la Orden Budista Occidental.

     Sus planteamientos sobre el sexo en aquella época resultaron polémicos, para algunos demasiado liberales, para otros demasiado disciplinados. Sin embargo, sus puntos de vista pueden ser inspiradores para nosotros, pues nos pueden desafiar a reflexionar sobre nuestras propias ideas acerca del sexo y el modo como lo entendemos y vivimos.

     La entrevista que tomaremos como referencia, y que formará parte de los posts sucesivos al respecto, fue concedida por Sangharakshita al editor de la revista Golden Drum, Nagabodhi, y fue publicada en 1988. En la cual habla abiertamente acerca de la sexualidad y sus experiencias como maestro durante mucho tiempo.

     Para Sangharakshita, siguiendo la ética budista, la sexualidad debe estar unida al progreso de la vida espiritual. Para él, como buen budista práctico, cualquier actividad humana puede contemplarse desde su aspecto espiritual. En cualquier aspecto de la vida siempre existe la posibilidad de actuar de una forma hábil y positiva o de una manera negativa y torpe. Sangharakshita, en un primer momento, considera que las relaciones sexuales conllevan compromisos. Más que con la vida espiritual en sí misma, la abstención o fruición sexual puede considerarse análoga con un cierto estilo de vida. El Buda, no quiso decir que aquel que no abandonase toda práctica sexual no podía progresar en su vida espiritual, ni que no se pudiese progresar espiritualmente si no se era monje.

Teresa de Ávila y el Bhagavad-Gita

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Escrito por Leandro Posadas.

     En esta entrada presentaré algunos paralelismos entre el Capítulo VI del Bhagavad-Gita que trata sobre el Dhyana o la práctica del silencio en el Hinduísmo, el cual describe el camino del yogui hacia la liberación (Kȃivalya), con algunos pasajes espirituales de las obras más importantes de Teresa de Ávila relacionados con su práctica espiritual u «oración mental o de quietud».

     Para el Bhagavad-Gita la mente puede ser la mejor amiga del ser humano, si es disciplinada, o puede ser su peor enemiga si el hombre fracasa en su camino hacia la liberación (VI, 5). Teresa de Ávila después de leer el Abecedario espiritual de Francisco de Osuna se percató de que el inicio del camino espiritual va intrínsecamente unido a una seria práctica de introspección que logre sosegar los pensamientos y emociones. Los grandes místicos y místicas del Cristianismo han debido educar su mente a fin de llegar a sosegarla y a ponerla al servicio de su camino espiritual.

     En el VI capítulo, versículos 13-14, el Bhagavad-Gita recomienda al yogui tener erguido el cuerpo, controlar la mente, y ponerse en presencia de la divinidad. Para Teresa de Jesús, la «oración mental» no es otra cosa que tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama (Vida 8,5); estando a solas, concentrando la mente y recogiendo los sentidos internos y externos.

     Después de largos años de una vida piadosa, justa y noble, y un arduo trabajo ascético sobre los pensamientos y emociones, Teresa de Jesús, a través de la «oración mental», comenzó a vislumbrar la claridad a la que puede llegar el ser humano si la vida va acompañada de una práctica de oración y de un trabajo continuo sobre la mente, es decir de una incesante observación ecuánime de los cientos de pensamientos que nublan nuestro ser más profundo, los cuales no nos dejan ver la realidad tal cual es.

     Para Teresa, el alma del justo, «el centro del alma», es como un castillo interior, brillante y transparente como un cristal, en el cual hay muchos «aposentos» o «moradas». Un paraíso llama Teresa el alma donde el mismísimo Dios se deleita (Cf. Moradas 1,1,3). Tal es la profundidad que alcanzó la Santa de Ávila en su camino interior que un texto sacro hinduista tan antiguo como el Bhagavad-Gita (200 a.C.) en el capítulo VI, 29, coincide con la metáfora de las moradas de Teresa: En todo ser se encuentra el Alma Suprema, y todas las almas están dentro de ella. Esto ve el yoghi de mente iluminada, y siempre todo lo percibe bajo esta mirada.

     Tanto Teresa como el Bhagavad-Gita concuerdan en que una mente indisciplinada no podrá progresar en el camino hacia la «unión». Para Teresa la mente es la “loca de la casa”, dada la continua inquietud de su mente, que la cansaba y desconcertaba durante sus horas de «oración mental». Por su parte el Bhagavad-Gita compara la dispersión de la mente con uno de los cuatro elementos: Inquieta es la mente ¡Oh Krsna! Agitada, fuerte y obstinada. Cuesta controlarla yo diría, como al viento ¡es tarea ardua! (Bhagavad-Gita 6,34).

     Para Teresa de Jesús la «oración mental» u «oración de quietud» no es tarea fácil, pues por medio de ella se aspira a un bien excelso. Por consiguiente, ella recomienda al respecto tener una firme determinación al dedicarle el tiempo necesario a dicha práctica y no desfallecer ante las dificultades que se presentan en las primeras etapas de la práctica de la oración (Cf. Camino de Perfección 23,2). El Bhagavad-Gita VI, 24, igualmente, exhorta a “practicar el silencio con determinación y fe inquebrantables; abandonar todos los deseos materiales nacidos del ego falso, y de esa forma controlar los sentidos en todo momento”.

     Ambas tradiciones espirituales, de Oriente y Occidente, representadas por el Bhagavad-Gita y por Teresa de Ávila, ponen especial énfasis en la introspección, pues es dentro del mismo ser humano donde se halla su máxima grandeza y posibilidad de trascendencia. Teresa en su libro Camino de Perfección considera, junto a Agustín de Hipona, otro gran maestro espiritual cristiano, que la propia divinidad está dentro de cada uno de nosotros, y para encontrarla basta ponerse en soledad y mirarla (la divinidad) dentro de sí y no extrañarse de tan gran Huésped (Cf. Camino 28,2). El Bhagavad-Gita, paralelamente, alienta al yogui a “permanecer siempre en el yo, de modo que pueda liberarse de todas las contaminaciones materiales con el fin de alcanzar la etapa máxima y perfecta felicidad en contacto con la Consciencia Suprema” (Bhagavad-Gita VI,28).

     Teresa de Jesús en Camino de Perfección describe largamente los bienes que, poco a poco, se van obteniendo, indirectamente, de la práctica de la «oración de quietud»: con este modo de orar se recoge el entendimiento, llámese recogimiento, porque recoge el alma las potencias y se entra dentro de sí con Dios… Los que de esta manera se pudieren encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma…, y acostumbrar a no mirar ni estar adonde se distraigan estos sentidos exteriores, crean que lleva excelente camino y que no dejarán de llegar a beber el agua de la fuente, porque camina mucho en poco tiempo (28,4-5). Estos… por aquel rato hacen lo que pueden por librarse de la tierra recogiendo los sentidos a sí mismos. Si es verdadero el recogimiento parece se levanta el alma con el juego que ya ve lo que es las cosas del mundo. Alzase al mejor tiempo, y como quien se entra en un castillo fuerte para no temer los contrarios; un retirarse los sentidos de estas cosas exteriores y darle de tal manera de mano, que sin entenderse, se le cierran los ojos para no verlas, porque más se despierte la vista a los del alma… (28,6).

     Del mismo modo, el Bhagavad-Gita 6,18-28, expone los provechos que el meditador alcanza cuando ha logrado disciplinar sus actividades mentales (las que Teresa denomina imaginación) y se sitúa en la trascendencia, desprovisto de todos los deseos materiales: Así como la llama de una vela no vacila en un lugar sin viento, así el meditador cuya mente está controlada, permanece fijo en su meditación en el Yo trascendental. Para el Canto del Señor la etapa de perfección se denomina samadhi, la cual se caracteriza por la habilidad de ver el yo con mente pura… En este estado gozoso, uno se sitúa en la felicidad trascendental ilimitada y disfruta de sí mismo a través de los sentidos trascendentales… Estando situado en tal posición, uno nunca se desconcierta, ni siquiera en medio de la mayor dificultad.

«La sabia no-acción» en Juan de la Cruz

Escrito por Leandro Posadas.

     Como mencionábamos en la entrada anterior Jaques Maritain designa a Juan de la Cruz como el “Doctor de la Noche”. La noche más amable que el ser humano pueda vislumbrar en su búsqueda de sentido interior. En el Libro II, capítulo IV de la Subida al Monte Carmelo, Juan de la Cruz exhorta al ser humano a «quedarse a oscuras», si desea llegar a la «transformación sobrenatural». Dicho permanecer en las tinieblas designa en la experiencia mística del autor de la Llama de Amor Viva, el alejarse de todo lo temporal y perecedero, de todo lo que puede ser obstáculo para la purificación del alma humana, y además vaciarse de todos sus conceptos y pre-comprensiones de lo divino y espiritual.

     Quien desea la unión mística «no ha de ir entendiendo ni arrimándose al gusto, ni al sentido, ni a la imaginación, sino creyendo su ser, que no cae en entendimiento, ni apetito, ni imaginación, ni otro algún sentido, ni en esta vida se puede saber; antes en ella lo más alto que se puede sentir y gustar de ‘Dios’ dista en infinita manera de ‘Dios’ y del poseerle puramente» (Subida, Libro II, Cap. 4,4). Un alma entorpece su búsqueda espiritual si se ata a formas mentales sobre la divinidad, por lo cual debe desnudarse de toda concepción, sentimiento, voluntad y estar en acto soberano de inmovilidad atenta y amorosa, inmovilidad recibida de Dios.

     San Juan de la Cruz, al igual que Teresa de Ávila ve en la «oración de quietud» (ejercicios metódicos de silencio ante el ‘misterio’), el modo más eficaz para ir preparando y purificando el espíritu. Una de las señales que Juan de la Cruz concibe como un inicio de la «ciencia de la contemplación» en el alma humana es cuando ésta «gusta de estarse a solas con atención amorosa a ‘Dios’, sin particular consideración, en paz interior y quietud y descanso y sin actos y ejercicios de las potencias, memoria, entendimiento y voluntad… sino sólo con la atención y noticia amorosa… sin particular inteligencia y sin entender sobre qué» (Subida, Libro II, Cap. 13,4).

     Juan de la Cruz emplea en sus obras la división agustiniana de las facultades superiores, entendimiento, memoria y voluntad, y son dichas potencias las que deben aquietarse durante la oración. Como para la mayoría de los sistemas y autores espirituales sean de Oriente, como de Occidente (Zazen, Vipassana, el Bhagavad-Gita, Evagrio Póntico, Meister Eckhart, Taulero, Angelus Silesius, La Nube del No saber, Teresa de Ávila, etc.) la memoria (la ilusión de la «consciencia de un yo permanente» para Vipassana), es la parte más vulnerable del hombre espiritual, pues como señala Evagrio Póntico «el hombre es muy propenso por naturaleza a dejarse despojar por la memoria en el tiempo de la oración». Y además, «mucho envidia el ‘demonio’ (mente no adiestrada en la comprensión clara de la realidad), al hombre que ora, y utiliza cualquier recurso para apartarlo de su fin. En efecto, no cesa de remover pensamiento de cosas por la memoria, y de despertar todas las pasiones en la carne, a fin de frenar, si le fuera posible, su óptima carrera y su ascenso hacia Dios» (Libro sobre la Oración 46; 47). El Bhagavad-Gita exhorta al yogui durante la meditación a traer continuamente de regreso la mente que divaga en sus recuerdos, pues la naturaleza de la mente es fluctuante e inestable (Bhagavad-Gita, Cap. VI, 26). En la Subida al Monte Carmelo, Juan de la Cruz señala el daño que puede venir al alma, por parte del ‘demonio’ a través de las aprehensiones de la memoria, pues el demonio –condicionamientos mentales en Vipassana, o los Ocho grandes pensamientos de la mente en Evagrio Póntico-, por medio de los recuerdos de la memoria puede «añadir formas, noticias y discursos, y por medio de ellos afectar al alma con soberbia, avaricia, ira, envidia, etc., y poner odio injusto, amor vano, y engañar de muchas maneras» Y allende (además) de esto, suele él dejar las cosas y asentarlas en la fantasía de manera que las que son falsas parezcan verdaderas, y las verdaderas falsas» (Subida, Libro III, Cap. IV, 1).

     ¿Cuál es entonces la herramienta, para el “Doctor de la Noche”, que posee el ser humano para luchar contra las estratagemas del ‘demonio’ durante su camino interior? Para Juan de la Cruz, «el alma debe aprender a poner las potencias en silencio y callando, para que hable ‘Dios’; porque como habemos dicho, para este estado las operaciones naturales se han de perder de vista… » (Subida, Libro III, Cap. III, 4). Y con enfática confianza añade: «Estése, pues, cerrado sin cuidado y pena, que el que entró a sus discípulos corporalmente, las puertas cerradas, y les dio paz sin ellos saber ni pensar que aquello podía ser, ni el cómo podía ser (Jn 20,19-20), entrará espiritualmente en el alma sin que ella sepa ni obre el cómo, teniendo ella las puertas de las potencias, memoria, entendimiento y voluntad, cerradas a todas las aprehensiones, y se las llenará de paz… en que la quitará todos los recelos y sospechas, turbación y tiniebla que le hacían temer que estaba o que iba perdida. No pierda cuidado de orar y espere en desnudez y vacío, que no tardará su bien» (Subida, Libro III, Cap. III, 6).